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¿Has pensado alguna vez quién eres tú? No me refiero a cómo te llamas, dónde has nacido ni qué trabajo tienes. Sino, ¿quién eres? ¿qué esperas de la vida? ¿qué necesitas hacer antes de abandonarla?
Esta es muy buena: si te encontraras con el genio de la lámpara, pero sólo le pudieras pedir un deseo ¿cuál es el único deseo pedirías?
Yo me lo he planteado muchas veces, pero confieso que hay ocasiones en las que no sé si la que responde soy yo o es la opinión de los demás, o lo que otros han dicho de mí, o lo que otros esperan de mí… También dudo de cuál es ese único deseo, según el día y el momento del día, este puede variar. A veces es salud, otras es algo profesional, o bien experiencias, o aprendizajes…
Y me he dado cuenta de lo grave que es esta falta de concreción a medida que pasan los años, porque cada decisión que tomas te ata a un camino o a otro. Cambiar el rumbo es muy difícil cuando no se presentan las encrucijadas por sí mismas, cuando estás inmerso en tu rutina. En ese momento, si necesitas un cambio, debes crearlo tú, y eso requiere de más energía.
Aunque en el fondo la vida es eso. Un descubrimiento sobre quiénes somos según cómo reaccionamos a lo que nos va sucediendo… Porque hasta que no nos vamos enfrentando a nuevas circunstancias, es difícil saberlo. ¡Incluso podemos actuar de manera diferente en dos momentos distintos!
Esta incógnita me acercó a la filosofía del Tao, el sendero, la esencia irreductible del universo y fuente de toda vida. Algo que no puede ser conocido, pero sí sus principios. Un concepto que dio a la luz el filósofo Lao Tzu en su gran obra, Tao Te Ching, el Libro del sendero y su manifestación en el mundo, un tratado sobre el arte de dirigir y de la vida.
Aquí te dejo uno de los poemas que más me gustan:
"La bondad suprema es como el agua,
que todo lo nutre sin pretenderlo.
Se contenta con los lugares inferiores que la gente desdeña.
Por eso es como el Tao.
Al morar, vive cerca del suelo.
Al pensar, manténte en lo simple.
En el conflicto, sé considerado y generoso.
Al gobernar, no intentes controlar.
Al trabajar, haz lo que disfrutes.
En la vida familiar, permanece plenamente presente.
Cuando te contentes con ser simplemente tú mismo,
y no te compares ni compitas,
todos te respetarán”.
Y bajo esta filosofía se puede vivir en cualquier esfera y llegar lo más lejos que quieras, siempre que te atrevas a ser quien eres y usar tus herramientas, como dice la protagonista de la historia de hoy.
Vivienne Westwood nació en el seno de una familia británica trabajadora, y desde niña le apasionó el mundo del arte y el diseño.
A pesar de ello mantenía la firme creencia de que ella, que no contaba con recursos ni contactos, nunca podría vivir del arte. Abandonó los estudios que había comenzado para dedicarse a otros oficios más normales, como secretaria y profesora mientras se casó y fue madre. Y si bien se sentía satisfecha, rugía en su interior una voz que le reclamaba vivir otras experiencias.
Después de conocer a un hombre que le inspiraba valentía y le mostró esa vida más excitante que anhelaba, decidió dejar su empleo, su marido y dedicarse a ello. Una decisión difícil que requiere mucha valentía para afrontar las críticas de los plenos años 60.
El cambio no fue fácil ni rápido, e incluso cuando empezaba a tener más fama, este hombre se volvió en su contra. Pero aquello no le importó porque ella ya sabía quién era: una diseñadora y una activista, una persona preocupada por el futuro del mundo que quería utilizar su trabajo en la moda para lanzar mensajes políticos alrededor del cambio climático y los derechos humanos.
Imagina una diseñadora que promueve que compres menos cosas, que reduzcas en todos los sentidos (coches, ropa, comida…), que sólo adquieras aquello que te guste mucho muchísimo, que lo reutilices y que recicles… así era ella.
Una mujer valiente que llegó a comprenderse y aceptarse a sí misma, y que al final de su vida encontró el camino del Tao, cuyo mensaje intentó lanzar a través de sus creaciones.
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