Hoy he sabido por qué a finales del siglo XIX estábamos obsesionados con la idea de que hubiera vida extraterrestre en Marte.
En 1877 al astrónomo italiano Giovanni Virginio Schiaparelli, quien utilizando el telescopio del Observatorio de Brera (Milán), descubrió en la superficie de Marte una extensa red de depresiones en el suelo no muy profundas. A falta de un término concreto para nombrarlas las llamó canales (canali en italiano).
Cuando el traductor encargado de traducirlo al inglés hizo su trabajo, eligió el término canals, no channels. Y esto, que parece un detalle minúsculo, fue muy importante, porque el término elegido -canals- se refiere a canales creados de manera artificial, mientras que channels alude a los que se crean de forma natural.
Este detalle provocó que la versión inglesa diera pie a pensar que lo que Schiparelli había visto en Marte era obra de los marcianos.
Un gran número de científicos, deseos de saber más sobre la vida en otros planetas, se animaron a magnificar la especulación de que había vida en Marte, lo que se mantuvo hasta finales del siglo XIX o al menos, hasta que empezaron a enviarse las primeras misiones a partir de 1964.
Gracias a esa obsesión colectiva por los supuestos habitantes marcianos, hoy podemos disfrutar de obras como La guerra de los mundos, escrita en 1898 por H. G. Wells y cuya adaptación para la radio en 1938 por Orson Wells llevó a muchos oyentes a creer que realmente los alienígenas estaban invadiendo la Tierra.
Otra historia bonita es la de que gracias a un traductor bienintencionado se consiguió la Paz de Karlowitz, que puso fin a la guerra entre la Liga Santa y el Imperio otomano. Se dice que Alessandro Maurocordato hizo creer a las dos partes que la iniciativa de firmar la paz provenía de la otra…
Qué curioso que un detalle tan “insignificante” como la elección de una palabra (o un par) pueda cambiar la Historia… ¿no?
Ya lo decía el gran filósofo Ortega Y Gasset, "formadas las lenguas en paisajes diferentes y en vista de experiencias distintas, es natural su incongruencia. Es falso, por ejemplo, suponer que el español llama bosque a lo mismo que el alemán llama Wald, y, sin embargo, el diccionario nos dice que Wald significa bosque".
El lenguaje lo forman las experiencias que vivimos alrededor de él. Y, aunque hablemos el mismo idioma, cada uno tiene en su mente los matices que la experiencia le ha enseñado alrededor de una palabra.
Por eso la comunicación es tan difícil, importante y apasionante a la vez. Porque a través de las palabras que decimos a los demás y que nos decimos a nosotros mismos podemos cambiar el curso de la Historia, de la historia de otras personas o de la nuestra propia.
Por si quieres profundizar en ello, existen muchísimos contenidos que lo ponen de manifiesto, como el libro El Poder de las Palabras, de Mariano Seigman, el podcast de Anne Igartiburu conversa con David Gómez o la película “La Intérprete”, de Sydney Pollack…
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