Desde hace unos años se habla mucho de lo bueno que es ir a terapia para tratar los pensamientos que nos hacen sentir mal, afrontar situaciones difíciles o para mantenernos cabales y a flote en la sociedad consumista, anticonformista y contradictoria en la que vivimos.
Yo lo he hecho en varias ocasiones y para mí ha sido fantástico contar con un profesional que me ha ayudado a hacerme las preguntas adecuadas. Las respuestas sólo la tiene uno mismo, pero una buena pregunta a tiempo puede quitar mucha tontería…
Donde también se habla mucho de salud mental y crecimiento personal -dos temas que me fascinan y sobre los que escucho y leo con voracidad- es en las redes sociales. De tanto escuchar y bichear he detectado ciertos mensajes que se repiten mucho. Algunos, demasiado.
Uno de los que repiten los coachesinfluencers con insistencia es el de “es que nadie nos ha enseñado a…”. Dando a entender que si no sabes hacer algo como adulto es porque bien tus padres o bien tus profesores, no te lo enseñaron.
Por ejemplo, “es que nadie nos ha enseñado a poner límites”, o “nadie nos ha enseñado a respirar adecuadamente”, o “nadie nos ha enseñado a querernos a nosotros mismos”...
Reconozco que al principio me encantaba esta frase genera cierto alivio. Pero ahora, después de haberla escuchado tantas tantísimas veces y haber observado cómo algunas personas se apegan a ella, me chirría. Vaya, me saca de quicio.
Te cuento por qué 👇🏻
Primero voy con su lado bueno, que lo tiene.
Es una frase que nos ayuda a aliviar el sentimiento de culpa cuando nos damos cuenta de que no hacemos algo bien o no sabemos algo que se considera que deberíamos conocer. Nos facilita comprensión con una respuesta clara: no has hecho X porque nadie te ha enseñado a hacer X; tú no sabías hacer X, por tanto, no lo podías hacer.
Hasta aquí bien.
El lado negativo de esta frase se produce cuando una persona con tendencias a sentirse víctima de su vida (yo por ejemplo) se apega demasiado a ella y la toma por bandera. “Es que yo no sé poner límites porque nadie me ha enseñado y, como mis padres o la sociedad no me han enseñado, por su culpa y su responsabilidad, yo ahora no pongo límites”. “Es que hay que ver qué pocas cosas me han enseñado o se nos enseñan de pequeños que ahora estamos como estamos”... y cosas así.
Cuando entramos en esta dinámica se nos cortan las alas del crecimiento y nos crecen las del resentimiento y la culpabilidad hacia los demás. Se echan los balones fuera.
Puede ser que tus padres no te enseñaran X en tu infancia, porque quizá tus padres tampoco sepan hacerlo y han vivido sin ello. Su época vital fue otra y sus herramientas las eligen en respuesta a sus vivencias, no a las tuyas.
Los padres al final son personas que tienen hijos, no héroes de otra Galaxia. No lo saben (sabemos) todo y se enfrentan a los mismos (o más) desafíos que tú.
Puede que tus profesores nunca te hablaran de eso que hoy necesitas saber, pero quizá el mundo en el que creciste ya no existe, y hoy hay otra información, otros retos, y esto que reclamas es una cualidad que has de aprender ahora para afrontar el mundo de hoy.
O quizá sí te lo enseñaron, con su ejemplo y a gritos, pero tú no estuviste dispuesto a aprenderlo.
Y así podría seguir.
La responsabilidad es de uno mismo porque la elección siempre es de uno mismo. Por eso no hay que estancarse en esta frase. Usarla para entender tus “por qués” y después pasar a otras preguntas.
Y aunque así de entrada pueda sonar duro esto de que la elección es tuya, es una bendición. ¡Menos mal! Porque nada de lo que te suceda te determina…
Te digo más. Hay personajes de la historia que han logrado hazañas maravillosas a pesar de que sus padres se hayan mantenido distantes y no hicieran por enseñarles nada. Su lección ha llegado a través de esa falta de enseñanza o esa falta de cariño, y gracias a sus carencias, han sacado su fuerza y su ingenio.
Como es el caso de Winston Churchill. Todos sabemos más o menos cuán importante fue su papel como primer ministro de Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial. Gran político, militar y estratega. Hay muchas pelis, series y documentales que hablan de ello. Un personaje que engloba luces y sombras (¿quién no?). Pero ¿sabemos quién fue realmente? ¿Cómo fue su infancia? ¿Cómo llegó a ostentar tanto poder?
Aquí te cuento una historia sobre él bajo un punto de vista diferente al que te contaban en la escuela.
*Por si no lo quieres leer y prefieres escucharlo, aquí te lo dejo muy resumido 👂🏻👇🏻:
*Y aquí puedes leerlo al completo 👀👇🏻:
Cada abril se suele hablar de él puesto que fue el mes en el que renunció a su último cargo como Primer Ministro. De hecho, desde 1963, el 9 de abril Estados Unidos dedica el día a su memoria porque John F. Kennedy, unos meses antes de su asesinato, le nombró ciudadano honorario del país.
Churchill nació el 30 de noviembre de 1874 en Oxfordshire. Y con lo grande que llegó a ser, no imaginarás que creció falto de amor y cariño, y bajo la creencia de sus padres, sus profesores e incluso la suya propia, de que desde niño era un fracasado.
No se le daban nada bien los estudios. No destacaba en ninguna asignatura -a lo sumo soportaba lengua-, ni en los deportes, ni era popular entre sus compañeros. Él mismo confesó que de los 7 a los 19 fueron los años menos satisfactorios y más aburridos e infructuosos de su vida. Su única afición durante aquella época era leer el periódico y revistas siguiendo todo lo que dijeran acerca de su idolatrado padre, un político del partido Conservador y miembro de la aristocracia británica.
A pesar de la adoración que le tenía, nunca le agradeció la lealtad y admiración que le demostró, incluso cuando éste perdió su reconocimiento al renunciar a todos sus cargos públicos y políticos ante la reina. Para su padre, Winston era un inútil sin remedio. Sólo tuvo un gesto estando ya moribundo, acariciándole cariñosamente la rodilla a su hijo antes de morir. Churchill recordaría este momento para siempre como uno de los mejores de su vida.
Otro instante que recordaría y que fue clave sucedió cuando tenía 15 años. Su padre lo encontró jugando con soldaditos en el suelo. En lugar de enfadarse con él por dedicarse a juegos de niños, se sorprendió con su destreza al desplegar los soldados por la habitación. Le preguntó si le gustaría ser militar y su hijo contestó que sí. Este momento que puede parecer una anécdota sin más, fue vital para Churchill, porque lo animó años más tarde a alistarse en el ejército donde encontró su vocación, desarrolló su personalidad, sus inquietudes y su futuro.
Entró en la sección de caballería, a que van quienes entran con notas muy bajas o son poco inteligentes. Gracias a su actitud, en 5 años consiguió destacar y brillar con luz propia en las diferentes batallas. El peligro de muerte desató su energía, llevándole a ser un as en los deportes y a aficionarse al estudio como nunca antes. Incluso empezó a ser popular entre los compañeros.
Leyó todo lo que caía en sus manos y empezó a escribir sus experiencias en crónicas de guerra que enviaba a los periódicos. Como esto no era suficiente, comenzó a escribir libros donde podía explayarse más.
Sus palabras llegaron a los altos cargos del gobierno, motivo por el que empezó a ser conocido públicamente. Incluso el primer ministro de la época, Lord Salisbury le invitó a tomar el té. En aquel momento de ascenso su madre empezó a mostrarle atención. Estaba asombrada con el cambio que había hecho su hijo y a partir de entonces le cedió su dinero y sus contactos para favorecerle.
Winston empezó a meterse en política y de ahí en adelante pasó por épocas en las que se equivocó, cometió grandes errores, volvió a la guerra para seguir aprendiendo y regresó al escenario público. Y de nuevo, volvió a equivocarse, arruinarse públicamente, retirarse a la guerra y reaparecer de nuevo más tarde. Varias veces llegó de lo más alto a lo más bajo y viceversa.
Su momento de máxima gloria se dio con la Segunda Guerra Mundial cuando fue elegido Primer Ministro. Gracias a sus errores anteriores tenía tanta preparación y experiencia militar que no había otro hombre en todo el país que estuviera tan preparado para ir a la guerra contra Alemania. Como si hubiera estado preparándose toda su vida para ello.
Confesó en sus memorias que en ese momento estaba convencido de que no iba a fallar. Si hubiera dudado, no habría podido hacerlo. No habría sabido exigir sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas en la lucha contra el fascismo.
Cuando aceptó que ya no era su momento y que su salud le impedía cumplir con sus obligaciones, renunció a su puesto y se entregó a la escritura. En 1955, Churchill llegó a ser el inglés que más cargos oficiales había desempeñado. Le aburría la inactividad por lo que se mantuvo activo toda su vida, haciendo todas las actividades posibles (escribir, pintar, etc.). Ganó un Premio Nobel y fue nombrado hijo predilecto y doctor honoris causa en muchos países y Universidades. Su mente estaba ávida de hacer y aprender más y siempre fue muy melancólico. De hecho, sus últimas palabras el 24 de enero de 1965 fueron “es todo tan aburrido…”.
No creo que sus padres le enseñaran nada de manera consciente. No creo que nadie se empeñara en que aprendiera ninguna lección en concreto. Aún así, él lo hizo. Vivió con coraje y aprendió sus lecciones para llegar donde llegó.
Por eso, si tus padres, tus profesores o tu entorno nunca te ha enseñado a hacer algo, bien, ya entiendes por qué no sabes hacerlo hoy. La buena noticia es que ahora le puedes poner remedio, elegir y aprender la lección que desees 😉✨