Hoy mi pequeño cumple un año 👶🏼🎉. Mi primera vuelta al Sol como madre 🌞👩🏼🍼
Un año entero de cambiar pañales, calmar llantos y deleitarme con sonrisas.
Un período de transformaciones continuas, en el que he experimentado cambios en mí misma (mente & cuerpo & espíritu), cambios en mi relación de pareja, cambios en mi entorno y cambios en todos los aspectos de mi vida.
Uno de mis aprendizajes hasta el momento, en el poquito tiempo que llevo aplicándome este adjetivo, es un cliché que encuentro muy cierto: ser madre no es fácil… pero es muy bonito.
Para celebrar que hemos superado esta primera fase de choque con la realidad (respecto a las expectativas que uno se hace sobre cómo sería la vida siendo madre/padre), quiero compartir contigo un relato que escribí hace unas semanas para un curso de escritura.
Aquí te lo dejo 👇🏻
El bebé por fin se quedó dormido y Ana pudo sentarse a “hacer sus cosas”, como le gustaba decir. El tiempo de escribir siempre era durante la noche; el día estaba reservado a todo lo que no podía esperar.
Era martes, lo que significaba que no tenía más tiempo para ver el vídeo de la semana del curso de escritura que estaba haciendo y tenía que empezar la práctica que debía entregar, como tarde, a la una del día siguiente.
Abrió el archivo .pdf y fue directamente a leer la propuesta de la tarea.
“…Hacer que el lector sienta algo incompatible con lo que está sintiendo el personaje”.
“¿Cómo narices se hace eso?” Pensó. No tenía mucha práctica escribiendo relatos y le parecía un reto inabarcable en ese momento, la última hora de un largo día con el niño pegado a sus brazos. Cada vez que lo dejaba con la abuela y se encerraba en su cuarto, Eric empezaba a extrañarla y a llorar. Al oírlo, volvía para jugar un rato más con él y en cuanto se despistaba, salía corriendo a la improvisada oficina. Una vez sentada frente al ordenador tenía que priorizar: negocio primero; placeres, después. “Ojalá no hiciera falta generar negocio”, se decía, “ojalá el negocio fuera un placer”, se corregía.
Después de leer el tema de la semana y ver el vídeo explicativo de la profesora, Ana volvió a centrarse en la tarea que debía entregar.
“Que el lector sienta algo incompatible con lo que siente el personaje” repitió, esta vez en voz alta, por si así atraía a las perezosas musas que le habían tocado.
Vio que el reloj del ordenador ya marcaba la media noche y le entraron ganas de cerrarlo e irse a dormir, pero no lo hizo porque quería dejar listo al menos un borrador.
“Menos mal que he pagado” pensó “de lo contrario no la haría”. Siempre que una amiga le preguntaba cuál era su secreto para mantenerse activa con el ejercicio, Ana contestaba lo mismo: “Paga un gimnasio. Si pagas, vas. No te quedará más remedio”. Con la escritura había decidido aplicarse el mismo consejo: pagar un curso para que no le quedase otra alternativa más que escribir. Y había acertado. No se enfrentaría a ciertos retos literarios de no ser por el curso.
Se le empezaron a cerrar los ojos y decidió visitar la nevera, a ver qué quedaba por ahí. Había tomado fruta para cenar y no sentía hambre, pero, como siempre que no sabía cómo abordar una tarea, le habían entrado ganas de dulce. Recordó los pequeños botes de Lacasitos que guardaban en casa para ofrecer durante las visitas de los sobrinos. Cogió uno, volvió a la habitación y lo dejó encima de la mesa.
“Este es el premio para cuando termine el borrador”, se dijo. Estaba probando a la estrategia de los premios para romper el bloqueo que sentía. Con los relatos del curso no solía hacerlo, porque recibir comentarios era suficiente premio para ella, pero aquel día estaba tan cansada que necesitaba un aliciente extra.
Empezó a teclear sin saber muy bien cómo iba a salir la cosa. Arrancó con una frase, se detuvo, la leyó, tomó aire y siguió con otra. Poco a poco apareció delante de ella un documento repleto de letras. El archivo le indicaba que había conseguido escribir 737 palabras. El límite eran 1000.
“¿Sigo rellenando el espacio o lo dejo así?”, se preguntó. En la Facultad de Derecho le habían enseñado que las respuestas más largas obtenían mejor puntuación que las breves y concisas. Sabía que este era otro de los aprendizajes que debía eliminar de su memoria si quería convertirse en escritora.
Leyó el texto de nuevo, eliminó un par de frases repetitivas y añadió otras para crear conflicto y hacerlo más atractivo. Parecía que había terminado y se sentía satisfecha.
Justo en ese instante escuchó los gemidos de Eric desde la otra habitación. Sabía que tenía que ser rápida para que no se desvelase, así que apagó el ordenador y salió corriendo hacia el bebé.
En cuanto se lo puso al pecho, se calmó. Ana empezó a pensar en lo contenta que estaba por haber dejado ya escrita la tarea. No daba crédito. Sólo entonces cayó en la cuenta de que no había guardado el documento y seguramente habría perdido todo el trabajo…
“Bueno, menos mal que he pagado” se dijo “así mañana no tendré más remedio que repetirlo y crear un relato mejor”.
Tomar la decisión de tener un bebé es trascendental: significa decidir que desde ese momento tu corazón empezará también a caminar fuera de tu cuerpo.
Elizabeth Stone
❤️ Gracias por leer Historias Bonitas.