Ya sabes que vivimos en la era de la “híper-información”. Estamos saturados de anuncios, noticias, cursos, emails, membresías, suscripciones, datos, ideas y novedades por todas partes.
Si te metes en cualquier red social, todos parecen tener algo nuevo que contarte, un conocimiento que ellos tienen y que tú necesitas adquirir para trabajar o para hacer correctamente tareas tan básicas como comer.
Bombardeos de información para aprender el método infalible para cocinar sano o elegir productos en el supermercado; o sobre cómo organizar tu armario para que esté perfecto a diario; o invertir en Criptomonedas; o consejos para emprender (un modo de vida que ni siquiera querías pero que algunos asesores lo pintan como el estilo de vida ideal); o trucos para ahorrar; o cómo conseguir seguidores, etc. y etc.
Acudimos a leerlos, a aprender el último truco que nos va a ayudar a cambiar, el que va a ser la clave para conseguir nuestros deseos… Parece que si no les ves o si no les sigues, no vas a conseguirlo…
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Otra costumbre habitual cuando tenemos un deseo de cambiar o mejorar algún aspecto, es buscar formaciones, cursos o guías para aprender cuanto más mejor sobre ello.
No digo que apuntarse a formaciones esté mal, ni mucho menos. Soy la primera que me dedicaría exclusivamente a la lectura y al estudio, viviría de estudiar en lugar de trabajar… Pero hay un paso que es más importante a ese aprendizaje, que pasa desapercibido y no solemos ni siquiera tenerlo presente, a pesar de que es la clave para conseguir cualquier cambio: desaprender lo aprendido.
Si quieres cambiar algo de ti, si hay algún hábito o costumbre que no te guste, quizá porque te perjudica o porque te gustaría mejorarlo, no tienes que aprender más cosas, sino olvidar las que te han enseñado a actuar de ese modo.
Ya te veo leyendo esto y pensando, “Vale Ana, muy bien, desaprender, ¿pero cómo lo hago?”
Cuestionando todo lo que sabes y das por cierto. Esos pilares que tienes tan asentados, sobre ti o sobre el funcionamiento del mundo. ¿Realmente son así?
Por ejemplo, imagina que quieres adoptar el hábito de levantarte y hacer ejercicio a primera hora. Quizá sólo con pensarlo escuches una vocecita en tu cabeza que dice algo así como “¿Yo, levantarme pronto para madrugar? Imposible, YO no soy capaz de hacer eso”.
Pues nada más la escuches, tienes que esforzarte por responderle “¿Y por qué no?”
Otro ejemplo. Imagina que siempre has pensado que eres muy malo con los números (como es mi caso). Tu mente siempre ha dicho “A mí, las matemáticas, las ciencias, se me dan fatal”. Si piensas así, seguro que se te darán mal toda la vida. Has de darte la oportunidad de pensar que te pueden gustar, que quizá tengas destreza.
Cuestiónate, cuestiónalo todo, olvida la imagen que tienes de ti mismo y ábrete a mirarte de otra manera.
Además, con esto no sólo te será más fácil cambiar, sino que te ayudará a ser una persona más empática.
La base de la empatía parte de la predisposición a olvidar lo que has aprendido, lo que crees saber, para ser capaz de mirar el mundo desde otra perspectiva.
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Esto es lo que nos enseña Doug Dietz, el ingeniero industrial, diseñador durante más de 30 años en la gran compañía General Electric. En esta historia nos explica que para resolver problemas y crear productos y servicios de utilidad para el mundo, se necesitan dos cualidades básicas: la humildad y la empatía.
Te cuento su historia porque es uno de los profesionales de los que más hablamos en el sector del Diseño de Experiencias, y para hacer un guiño a mi compi del trabajo (y amiga) Ingrid, que es una de las personas más humildes y empáticas que conozco, que admira mucho a este gran profesional, y que ha cumplido años hace unos días. (¡Felicidades Ingrid! 😉).
Aquí puedes leer la experiencia que tuvo Doug cuando diseñó por primera vez un producto desde la perspectiva de las personitas que lo necesitaban.