De tanto en cuando alguien nos pregunta si somos felices. A veces somos nosotros mismos quienes nos lo planetamos. “¿Soy feliz? ¿Me gusta mi vida?”
Si bien hacerse esta pregunta con cierta frecuencia me parece fundamental, tengo la impresión de que no sabemos realmente lo que es la felicidad.
Hay mucha confusión alrededor del concepto, gracias a las RRSS o a leer demasiados mensajes wonderfulistas, muy pocos saben lo que realmente significa.
Cuando nos paramos a analizar si somos felices, tendemos a identificar la felicidad con sentir un placer continuo, presente a diario y en cada instante. Como si sentirse feliz fuera comer chocolate sin límites (Nutella para mí, por favor), beber los mejores vinos en cada comida, salir a comer o a cenar a diario con amigos, leer o ver las películas/series preferidas todo el día, tener todo el sexo que deseásemos (y con quien quisiéramos), viajar cada fin de semana… y todo ello sin preocupaciones económicas a la vista.
Aunque estos planes suenan muuuy bien, cumplirlos no se traduciría en felicidad. En realidad, sería sentir placer a diario, y además, evitando la gestión de miedos.
Ni siquiera alcanzar esos “éxitos” con los que sueñas puede hacerte sentir felicidad. Si por éxito piensas en conseguir el trabajo de tus sueños, en publicar un libro, en ganar un buen dinero haciendo algo que te guste, o conseguir fama y reconocimiento, tener pareja, tener hijos… todo esto por sí mismo, después del “subidón” inicial, puede dejarte tan vacío como terminarte una tarrina de helado cuando estás de bajón.
¿Sabes las diferencias entre una y otra? Como dice el Dr. Robert Lustig:
PLACER: tiene corta duración. Es tangible e irracional. Se basa en recibir. Puedes alcanzarlo con sustancias. Es adictivo. Segregas dopamina, un neurotransmisor que actúa cuando percibes una recompensa. Si bien es clave en su justa medida, en exceso, puede inducirnos a psicosis y otras enfermedades.
FELICIDAD: una vez que la sientes, es de larga duración. Es intangible, irracional y sublime. Se basa en dar. No puede alcanzarse con sustancias. Va de conexiones. No es adictiva. Segregas serotonina, un neurotransmisor que cumple una serie de funciones cruciales, desde el desarrollo de cerebros inmaduros hasta el estado de ánimo, pasando por procesos de aprendizaje o funciones fisiológicas como el hambre o el dolor. La "hormona de la felicidad". Aquí para leer más.
Cuando consigues algo con lo que estabas soñando, sin duda sientes placer y alegría. Y eso está genial. Pero has de tener presente que esa sensación no es duradera, que tarde o temprano aparecerán otros problemas o barreras que te alterarán. Ya sean temas de tu propia vida, de tu salud, o de la vida de algún ser querido, aspectos que no habías tenido en cuenta cuando soñabas con conseguirlo, renuncias que tengas que hacer, o incluso temas de política de tu país, pueden hacerte perder la alegría en tu espíritu.
Por eso conseguir un sueño no es alcanzar la felicidad. Esta viene antes, está en aceptar el proceso, el camino, el dolor y el esfuerzo. El tema va más de aceptar tu realidad que de perseguir un ideal.
✨ La felicidad se encuentra en el día a día, habiendo hecho las paces con tu pasado y afrontando el futuro con ilusión (como dice Marian Rojas Estapé). Y la ilusión se consigue si tienes un propósito que va más allá de ti mismo ✨
Se puede ser feliz sintiendo cierta pena y nostalgia (siempre que no te ancles en ello). Se puede ser feliz teniendo problemas. Se puede ser feliz sintiendo miedo, si no te dejas llevar por él. Se puede ser feliz siempre que no le des importancia al placer diario… Se puede, porque la felicidad no va tanto de los resultados como de sentir que todo lo que eliges está alineado con quien eres tú y con lo que quieres, aceptando aquello que sucede de una forma que quizá no te guste, pero que está fuera de tu control.
*Como decía Elisabeth Kübler-Ross (cuya bonita historia puedes leer aquí), “aceptar no signifigica estar de acuerdo con lo que sucede, sino adaptarte a esa nueva realidad”.
En su libro autobiográfico, A Salto de Mata, Paul Auster explica cómo empezó a convertirse en escritor, uno los más reconocidos de su generación. Si bien ahora cuenta con un gran reconocimiento y varios libros publicados, Paul afirma que lo que solía mantenerle despierto por la noche era el hecho de que no sabía cómo iba a pagar el alquiler durante los largos años en los que empezó su carrera.
Después de graduarse en Columbia, trabajó en un petrolero durante un año, y se trasladó a París, donde se ganó la vida traduciendo literatura francesa. Apenas llegaba a fin de mes, e intentó ganar dinero vendiendo un juego de mesa que se había inventado sobre el beisbol. Después de muchos, muchos fracasos y rechazos, consiguió publicar su primer libro y a partir de ahí se le fue abriendo el camino.
Alguien que tenía muy claro su propósito en la vida, que viviría para escribir (y no de escribir), aunque tuviera que hacer otras tareas, y que no se dejó llevar por el mero placer pasajero. Porque él era feliz desde el momento en el que, aun teniendo que limpiar los camarotes del petrolero, sacaba un hueco para sentarse a escribir en sus aposentos.
–Todo puede cambiar en cualquier momento, de repente y para siempre– Paul Auster.
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