Estas Pascuas han venido mis sobrinos de visita. Una niña de 9 años y un niño de 6. Venían principalmente para estar con su primo, que aunque sólo tiene 6 meses, ya les responde con amplias sonrisas y fuertes tirones de pelo.
Se dice que los niños y los borrachos siempre dicen la verdad. Yo no sé si lo hacen, pero estando con ellos he comprobado que viven bajo su verdad. Hacen lo que desean, piden lo que quieren, juegan a lo que les apetece e invierten su tiempo en lo que disfrutan. Y cuando se aburren, prueban e inventan (si se les dificulta el acceso a las pantallas).
Cuando nos hacemos mayores perdemos este hábito. No porque nos falte tiempo sino porque se nos olvida lo que nos gusta. Dejamos de preguntarnos qué es lo que disfrutamos. Las obligaciones diarias y la era de la infoxicación en la que vivimos (con las RRSS, la televisión, YouTube, Netflix...), nos llevan a apagar el espíritu y desconectar de nuestro ser.
Y aunque esto esté fenomenal para algunos momentos de cansancio o necesidad, tomamos esa desconexión como hábito y se nos olvida mantener el alma despierta y guardar energía para hacer lo que nos gusta o probar aficiones nuevas.
Lo malo es que esta desconexión del ser mantenida deriva con el tiempo en algo mucho peor, nos lleva a olvidarnos de nuestros sueños.
Y yo por ahí no quiero pasar.
Prefiero una vida en la que soy consciente de los sueños que me quedan por cumplir que una en la que he estado tan ocupada o distraída que ni siquiera he sido capaz de recordarlos.
Esto es lo que le sucedió a uno de los autores más traducidos y famosos del mundo. Se convirtió en escritor de cuentos gracias a no cumplir sus sueños, como el de hacerse rico siendo actor, o ser cantante, o novelista, o dramaturgo, o llegar a sentirse amado y acompañado... Sus cuentos fueron el refugio de su frustración, con los que ha logrado que su persona trascendiera en la historia de la humanidad hasta el día de hoy.
¿Quizá fue cosa del destino…?
Hans Christian Andersen el 2 de abril de 1805 en Odense, Dinamarca. Hijo de un padre de 22 años, zapatero y enfermizo, y una madre igual de joven, lavandera y alcohólica. Sus padres eran tan pobres que en ocasiones tuvieron que dormir bajo de un puente y pedir limosna. Cuando tenía once años falleció su padre, momento en el cual dejó de ir a la escuela para aprender diversos oficios. Ninguno le cuadró. Lo que le encantaba hacer era leer, y lo hacía con todas las obras que podía conseguir.
Al cumplir 14 se escapó a Copenhague con la intención de ganar un fortuna como cantante de ópera, pero lo tomaron por loco. Mientras probaba suerte se dedicaba a escribir. Fueron sus obras las que consiguieron despertar el interés de músicos y poetas, quienes le vieron talento y se ocuparon de completar su formación. Incluso el rey Federico VI se interesó en él por lo extraño que era y lo envió durante algunos años a la escuela de Slagelse.
Realizar esta instrucción fue una gran suerte para Andersen pero a su vez, uno de los períodos más oscuros y amargos de su vida debido a la antipatía que sentían por él el director del centro y sus jóvenes compañeros. Aún así perseveró en sus estudios hasta que sus padrinos los consideraron completados.
Escribió novelas, poesía, teatro, literatura de viajes e incluso una autobiografía. Soñaba con ser novelista y dramaturgo, y aunque algunas de sus novelas y obras de teatro tuvieron cierto éxito, no lo consiguió. Fue mundial e históricamente conocido por sus cuentos, a pesar de que no era lo que él perseguía.
Los escribió con gran imaginación y plasmó en ellos su humor y sensibilidad. Se inspiró en leyendas nórdicas y en experiencias y conflictos personales. No pensaba en los niños cuando los creaba ¡Les tenía miedo! Él mismo no se consideraba un escritor de literatura infantil. De hecho, algunas historias fueron censuradas al ser editadas.
A pesar de eso, obras como 'La sirenita', 'El soldado de hojalata' o 'El patito feo' se han convertido en clásicos no solamente para los niños, sino también para los adultos por el significado que desprenden.
Sus cuentos fueron el refugio donde ahogar sus penas por no haber logrado disfrutar de un amor correspondido. Era un personaje muy excéntrico, difícil de ver, como dirían algunos, desgarbado, desproporcionado y con andares afeminados. Se declaró tanto a mujeres como a hombres, pero todos le rechazaron respondiéndole que el amor que sentían por él era más fraternal o amistoso que pasional.
Un pesar que dejó reflejado en sus obras y en sus diarios: "Todopoderoso Dios, tú eres lo único que tengo, tú que gobiernas mi sino, ¡debo rendirme a ti! ¡Dame una forma de vida! ¡Dame una novia! ¡Mi sangre quiere amor, como lo quiere mi corazón!".
Viajar era otra de sus pasiones y esto sí lo disfrutó todo lo que pido. Portaba una cuerda en su maleta en cada viaje para escapar por la ventana si había un incendio donde se hospedara, algo que no pasó nunca…
Al menos sí que cumplió su sueño de viajar mucho y conocer España. Deseaba visitar nuestro país desde que de niño vio desfilar por su ciudad a soldados españoles en cumplimiento del Tratado de San Ildefonso de 1796, que fueron a fortalecer el bloqueo contra los ingleses. "¡Oh!, quién estuviera en España, es como para ponerse verde de rabia por no poder estar allí!" decía. A los 54 años logró venir a visitarnos en una ruta por varias ciudades y se quedó enamorado de Málaga, Granada, Alicante y Toledo.
Sus pasiones no correspondidas y los sueños que dejó de cumplir le inspiraron los cuentos que han animado la vida de millones de personas a lo largo de la historia. Tener estos deseos y no cumplirlos era vital para que la humanidad percibiese el refugio, apoyo y fuerza que nos han transmitido sus historias.
Así, aunque quizá no supo en vida hasta qué punto, cumplió su sueño más importante: “Ser útil para el mundo es la única forma de ser feliz”.
*Si estás leyendo esta newsletter cuando se lanza, el 2 de abril, es el día del Libro Infantil y Juvenil. Si tienes algún peque cerca (o un adulto-peque de corazón), es el día perfecto para regalarle un cuento 📖💛.